Fuck you World

Hola, aquí os dejo un pequeño relato que hice meses atrás. Estás basado en una historia real que por desgracia aún no se ha solucionado. Desde aquí un beso muy fuerte a mi tete, el niño de mi corazón. Siempre estaré contigo afrontando las adversidades. Espero que os agrade.



Fade to Black



Las horas en esta sala gris y húmeda pasan demasiado lentas. No sé cuáno tiempo llevo sentado en este incómodo sillón pero, pongo la mano en el fuego en que más de tres horas seguro. La televisión es lo único que rompe el solitario silencio que acostumbra a reinar en el comedor todos los días. La verdad es que no sé de qué estan hablando en estos momentos. No me gusta nada ver las cosas que nos impone la caja tonta por exelencia. Quizás la enciendo cada día para evitar el silencio que hay en la casa. Odio estar solo y lamentablemente todos los días de mi vida desde que tengo uso de razón los he pasado sin nadie a mi lado. Puede que sea esa la causa de mi animadversión hacia la soledad.

En estos momentos tengo tantas cosas en la cabeza que cuesta ordenarlas. Es como los sueños que tiene la gente a lo largo de su vida: muchos e inacabados. Pensándolo mejor así es como se resume mi efímera existencia. Como coloquialmente se diría mi vida es una mierda.

Un estruendoso rayo cae a pocos metros de la ventana alumbrando todo el salón con una luz cegadora. No me había percatado que fuera caía una tormenta. Me levanto con parsimonia del viejo e incómodo diván y voy hacia el pasillo que da a mi habitación. Después de estar tanto rato sentado no siento las piernas, se me han dormido por completo.

Por un momento al ver mi reflejo en el cristal de un ventanal me siento como una aparición fantasmal vagabundeando por aquel oscuro pasillo. Sinceramente mi rostro ojeroso y mi esquelético cuerpo no ayudan mucho.

Llego a mi cuerto y enciendo la luz antes de cerrar la puerta. La pequeña ventana que hay en el cabezal de mi cama no es suficiente para poder iluminar la alcoba así que mi habitación no tiene una excesiva claridad. A mí me gusta así, me siento mejor con poca luz pero con el cielo encapotado y lluvioso no se veía nada sin la lámpara.

Me acerco a la ventana y la cierro rápidamente. Las cortinas y el suelo se han mojado un poco. Por suerte la cama se ha salvado de la lluvia que si no ya me veía durmiendo en el sofá que es igual de cómodo que el sillón. Que tortura...

Inmediatamente me dirijo al lavadero donde está el mocho para poder secar la lluvia que ha caído. El agua del cubo está negra, llena de suciedad. La tiro toda a la pica y echo una más limpia. Siento la llave girar en el paño de la puerta de la entrada y el crujido que ésta hace al abrirse. Pego un leve respingo. Ahora es cuando echo en falta el silencio. Él acaba de llegar.

Me quedo mirando abstraído el cubo intentando dejar de pensar. Debería de ser más sencillo estar con él, con los años me tendría que haber acostumbrado a sus rudas maneras, pero no lograba hacerlo. No era capaz de aceptarlo. Sin previo aviso el agua ardiendo cae rebosando por el borde de plástico del cubo y me quema la palma de las manos. No puedo evitar soltar un alarido y tirar el puto cubo mojando todas las baldosas de la pared. Mi primera reacción es mirarme las manos, las tengo las dos rojas; la derecha parece estar peor. Me escuecen a más no poder.


-¿Qué coño pasa? ¡No grites imbécil!- Su áspera voz me bloquea por completo.


Está a mis espaldas, en el marco de la puerta. Me giró y le miro con el rostro contraído. Intento ordenar las palabras en mi cabeza pero no me sale nada coherente.

Pánico. Sí, esa es la palabra que más se asemeja a lo que siento. Es una sensación que te va recorriendo todo el cuerpo y hace que no puedas reaccionar. Te hace cambiar lentamente y al final te convierte en una persona distinta y desconocida; débil, indefensa, vulnerable... hasta que acabas siendo una mera presencia, algo inexistente...


-¿Por qué está todo mojado? - me pregunta con más brusquedad pegándome un empujón.


-Se me ha derramado el agua, lo siento- le contesto con una fingida sequedad.


Su mirada se vuelve hostil y hace una mueca de desagrado. Me aparta para ver el desperdicio y mueve la cabeza negativamente mientras dice algo para sí mismo casi en un susurro. Me empieza a doler el pecho donde me ha golpeado. Las manos las sigo tendiendo en carne viva y empiezan a arderme lentamente. Tendría que echarme algo y véndármelas para que no se infectara pero él con su gran mole de grasa me impide el paso.


-La cena está fría- me suelta cambiando de tema al llegar a la sucia cocina.


-Ponla en el microondas, se calienta en un momento. - digo indifirentemente.


Sus labios se tuercen aún más indicándome su desagrado por aquella contestación. Se acerca y me vuelve a empujar haciéndome chocar contra la dura pica de mármol.


-¡Me mato a trabajar para alimentarte y encima me contestas así! ¡Serás hijo de perra!


Veo como levanta el brazo con fuerza y cierra el puño pero no puedo evitar el golpe. Su mano se estampa contra mi rostro haciéndome perder el equilibrio y caer al suelo bruscamente. No puedo evitar soltar un quejido. Él me mira con sorna haciéndose gala de su fuerza bruta. La ira me quema por dentro. En este instante lo mataría y no tendría ningún remordimiento.


-Lo único que haces en todo el puto día es emborracharte- dije casi sin voz.


-¡Serás idiota! ¡A mí no me hablas así niñato!


Con un grosero movimento me agarra de la camiseta y me levanta a peso sin esfuerzo. Me estampa con fuerza contra la fría pared del lavadero y me propina un codazo en el estómago. El golpe me deja un poco desorientado. Después con más fuerza aún me tira hacia la puerta y caigo de morros contra las blancas baldosas. Desesperado y sabiendo lo que me espera si me quedo quieto me intento levantar apoyándome con las manos en el piso. Siento un gran dolor punzante en la piel al haberl colocado las palmas sobre la superficie fría de madera y estoy a punto de caer de nuevo. Cuando ya estoy casi de pie la mano de mi padre me garra con fuerza del tobillo para evitar mi huida y un grito de agonía sale de mi garganta. De repente la imagen de mi madre baña mis ojos. Allí en el umbral de la puerta, con la cabeza agacha dejando ver su gorro azul y mirada ausente presenciando la escena sin mencionar palabra. Hace tiempo que perdí la fe en ella. Es como si no existiera. Las madres normales protegen a sus hijos y dan la vida por ellos si hace falta. Yo nunca he recibido amor ni nada que se le asemaje. Nadie ha hecho nada por protegerme. Mi madre siempre observaba todo pero de sus labios nunca salía ningún reproche. Era igual que él, un monstruo.

Como siempre a los pocos segundos se fue cerrando la puerta tras de sí, dejando a su hijo abandonado a su suerte. Mientras mi padre aprocecha para agarrarme de la chaqueta y atraerme hacia él. Rápidamente antes de que pueda cogerme con firmeza me desabrocho la cremallera y me desago de ella pudiendo por fin echar a correr por el pasillo.

Mi padre me maldice en voz alta y empieza a perseguirme. Los segundos parecen centésimas, el tiempo parece no existir. La puerta de mi habitación cada vez está más cerca. Escucho los sonoros pasos de mi padre detrás de mí como si fueran los de un depredador. Por fin agarro la maneta y con el corazón en el puño entro y la cierro tras de mí con un seco golpetazo. Me apoyo contra la pared mientras respiro agitadamente. Antes de notar los golpetazos de mí padre en la madera cierro el pestillo.


-¡Abre hijo de puta! ¡Esta es mi casa y mando yo! ¡Sal de una puta vez marica de mierda!


Frente mío está el reloj de pared que va marcando lentamente los segundos. Cada vez que avanza la aguja un golpe sacude la puerta. Me deslizo lentamente hasta quedarme sentado en el suelo. Escondo mi rostro entre las rodillas y empiezo a sollozar. Las lágrimas brotan con ira de mis ojos. El odio y la tensión están dando paso a la angustia y la impotencia. No quiero llorar pero no puedo evitarlo, tengo que desahogarme. No puedo más, hay un límite para todo. Es imposible vivir así, cerrando la puerta para refugiarte de los problemas. El sonido del reloj llena mis oidos dejando a un lado los insultos de mi padre. Los minutos pasan. Suena mi móvil desde el otro lado de la habitación. Intento ignorar el ruido pero el perseverante timbre no para. Acabo cogiéndolo casi sin fuerzas. Es Evans. Algo dentro de mí da un huelco y se muere por coger la llamana pero acabo colgando. Las agujas siguen danzando. No sé cuanto tiempo ha pasado pero los gritos de mi padre me han parecido durar una eternidad. Entonces vuelvo a estar solo con mi silencio. Ese silencio que tanto odio. Otra vez estoy indefenso, igual que siempre. Nada ha cambiado y todo se diluye cada vez más en el frío negro...






Chris

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